Harry Potter alcanza mañana su séptima (pero no última) película, con la esperanza de batir, como sus predecesoras, todos los records de taquilla. Una taquilla que han sabido reentabilizar , diviendo en dos partes el último de los libros de la saga, Harry Potter y las Reliquias de la Muerte. Un último libro ambicioso y completo, lleno de tramas y de acciones trepidantes que justifican la necesidad de darle al joven mago más horas en la gran pantalla.
Harry va a hacer ya 17 años, edad con la que entra en la mayoría de edad mágica. Tras la muerte de su maestro, Harry tiene una misión: descubrir los horcruxes (me niego a prestarme al nombre español) y eliminarlos, para poder acabar al fin con Voldemort. Ni Hogwarts, ni clases, ni quidditch. Esta vez la historia es una carrera contrarreloj, una persecución de doble sentido: la de Voldemort, que trata de atrapar a Harry y sus amigos, y la de ellos por acechar a Voldemort hasta el final. Nadie huye, son dos modos de atacar. Como bien la ha definido su protagonista, "la primera parte es una road movie".
Quejas propias de mi obsesión enfermiza al margen, la película rompe con las anteriores, a pesar de la continuidad de guionista, director y elenco. Probablemente el motivo principal sea la mayor cantidad de minutos que en esta ocasión han tenido para llevar el libro a la pantalla. O, mejor dicho, lo condensadas que debían quedar las tramas en las películas anteriores. Mientras que la saga ha estado siempre marcada por un ritmo trepidante, especialmente desde la cuarta entrega, en esta séptima película nos encontramos con más momentos para el deleite y para el reposo.
Los que hemos seguido los libros y las películas nos hemos acostumbrado a ver escenas eliminadas, tramas suprimidas y momentos casi mutilados. Hemos aprendido a aceptarlo como el precio a pagar por una adaptación cinematográfica; adaptaciones, por otra parte, muy bien llevadas dada la densidad de los últimos libros. Por eso, disfrutar en esta última películas de escenas más puramente contemplativas, en las que prima la carga sentimental de los personajes frente a la acción parece un regalo y una incoherencia a partes iguales. Choca el cambio de ritmo tanto como se disfruta. Aunque, como siempre, entre los muy aficionados existen quejas sobre lo que se ha quedado fuera y lo novedoso, lo cierto es que la película sortea con efectividad las dificultades que el libro presentaba. Eso sí, como sus predecesoras, sigue siendo incomprensible para aquellos que no han seguido la historia hasta este punto.
De la película podemos destacar, una vez más, su maravillosa fotografía y sus efectos, una estética cuidada y que continua con la linea de oscuridad in crecento que ya venían anticipando las entregas anteriores. Del plantel de actores, lo mejor de lo mejor del cine británico, poco nuevo se puede decir. Rupert Grint hace un intento por dejar el papel de bufón y darle a su personaje una profundidad que le había sido negada hasta el momento. Podría haber salido mucho peor: sigue sin estar a la altura de sus compañeros, Daniel Radclieff y Emma Watson (cada día más guapa, todo sea dicho), pero la brecha entre ellos se cierra un poco. Helena Boham Carter, una de las más alabadas de la saga por su papel de Bellatrix, vuelve a bordar a la bruja en su pequeña aparición, igual que hace Alan Rickman en su caracterización de Snape. No se puede decir lo mismo de algunas de las nuevas incorporaciones, forzadas y poco acertadas.
Lo que sí merece una crítica mayúscula es el doblaje de la película, en una industria como la nuestra, que se jacta de estar a la cabeza del doblaje internacional. Tal y como ya venía sucediendo en las anteriores, no sólo no son creíbles, si no que logran sacar al espectador completamente de la película en algunos momentos. Parece tarde para pedir (por enésima vez) un cambio en la dirección de doblaje de las películas.
Como ha ocurrido con los estrenos anteriores, la red va a llenarse de opiniones para todos los gustos desde esta misma noche. Unos criticarán hasta el último de los diálogos (algunos con razón), otros alabarán de manera desmedida la versión cinematográfica de este último libro. Lo cierto es que, tras el rechazo inicial que para los muy fanáticos nos provocan algunas decisiones, la sensación final es buena. Se ha sorteado con éxito una historia difícil, probablemente la más difícil de cuantas ha habido hasta ahora. Aunque se echa de menos más independencia entre las dos partes (la sensación es de que han cortado a medias), el objetivo está conseguido: Harry Potter y las Reliquias de la Muerte, Parte 2, huele a final épico.
Harry va a hacer ya 17 años, edad con la que entra en la mayoría de edad mágica. Tras la muerte de su maestro, Harry tiene una misión: descubrir los horcruxes (me niego a prestarme al nombre español) y eliminarlos, para poder acabar al fin con Voldemort. Ni Hogwarts, ni clases, ni quidditch. Esta vez la historia es una carrera contrarreloj, una persecución de doble sentido: la de Voldemort, que trata de atrapar a Harry y sus amigos, y la de ellos por acechar a Voldemort hasta el final. Nadie huye, son dos modos de atacar. Como bien la ha definido su protagonista, "la primera parte es una road movie".
Quejas propias de mi obsesión enfermiza al margen, la película rompe con las anteriores, a pesar de la continuidad de guionista, director y elenco. Probablemente el motivo principal sea la mayor cantidad de minutos que en esta ocasión han tenido para llevar el libro a la pantalla. O, mejor dicho, lo condensadas que debían quedar las tramas en las películas anteriores. Mientras que la saga ha estado siempre marcada por un ritmo trepidante, especialmente desde la cuarta entrega, en esta séptima película nos encontramos con más momentos para el deleite y para el reposo.
Los que hemos seguido los libros y las películas nos hemos acostumbrado a ver escenas eliminadas, tramas suprimidas y momentos casi mutilados. Hemos aprendido a aceptarlo como el precio a pagar por una adaptación cinematográfica; adaptaciones, por otra parte, muy bien llevadas dada la densidad de los últimos libros. Por eso, disfrutar en esta última películas de escenas más puramente contemplativas, en las que prima la carga sentimental de los personajes frente a la acción parece un regalo y una incoherencia a partes iguales. Choca el cambio de ritmo tanto como se disfruta. Aunque, como siempre, entre los muy aficionados existen quejas sobre lo que se ha quedado fuera y lo novedoso, lo cierto es que la película sortea con efectividad las dificultades que el libro presentaba. Eso sí, como sus predecesoras, sigue siendo incomprensible para aquellos que no han seguido la historia hasta este punto.
De la película podemos destacar, una vez más, su maravillosa fotografía y sus efectos, una estética cuidada y que continua con la linea de oscuridad in crecento que ya venían anticipando las entregas anteriores. Del plantel de actores, lo mejor de lo mejor del cine británico, poco nuevo se puede decir. Rupert Grint hace un intento por dejar el papel de bufón y darle a su personaje una profundidad que le había sido negada hasta el momento. Podría haber salido mucho peor: sigue sin estar a la altura de sus compañeros, Daniel Radclieff y Emma Watson (cada día más guapa, todo sea dicho), pero la brecha entre ellos se cierra un poco. Helena Boham Carter, una de las más alabadas de la saga por su papel de Bellatrix, vuelve a bordar a la bruja en su pequeña aparición, igual que hace Alan Rickman en su caracterización de Snape. No se puede decir lo mismo de algunas de las nuevas incorporaciones, forzadas y poco acertadas.
Lo que sí merece una crítica mayúscula es el doblaje de la película, en una industria como la nuestra, que se jacta de estar a la cabeza del doblaje internacional. Tal y como ya venía sucediendo en las anteriores, no sólo no son creíbles, si no que logran sacar al espectador completamente de la película en algunos momentos. Parece tarde para pedir (por enésima vez) un cambio en la dirección de doblaje de las películas.
Como ha ocurrido con los estrenos anteriores, la red va a llenarse de opiniones para todos los gustos desde esta misma noche. Unos criticarán hasta el último de los diálogos (algunos con razón), otros alabarán de manera desmedida la versión cinematográfica de este último libro. Lo cierto es que, tras el rechazo inicial que para los muy fanáticos nos provocan algunas decisiones, la sensación final es buena. Se ha sorteado con éxito una historia difícil, probablemente la más difícil de cuantas ha habido hasta ahora. Aunque se echa de menos más independencia entre las dos partes (la sensación es de que han cortado a medias), el objetivo está conseguido: Harry Potter y las Reliquias de la Muerte, Parte 2, huele a final épico.
Que gran crítica te has currado Bea. No me llama la saga de Harry Potter pero casi que me dan ganas de darle una oportunidad. Y sí, Emma Watson cada vez esta más guapa.
ResponderEliminarQué bien escribes Bea. Coincido contigo en absolutamente todo lo que has dicho.
ResponderEliminarEres genial, Bea:).
Irene
Fui a verla ayer y tengo que decir que me gustó bastante más que las anteriores. Quizás sea por eso que dices de que por fin no tienen que condensar todo como si fuera un flan. Le dan más bola a las subtramas y eso se agradece. Es lo que siempre le critiqué a las anteriores con respecto a los libros, que los sentimientos y el desarrollo de los pjs quedaba forzado.
ResponderEliminarSobre los actores, creo que los 3 protagonistas lo hacen bien, se nota que llevan años ya dando forma a estos personajes. Pero a diferencia de ti, me parece que Rupert y Emma (sobre todo Emma) están por encima de Daniel. Su cara de sufrimiento es la misma que cuando está besando a Giny. No sé, no me transmite.
En fin, esperemos la segunda parte, a ver como lo resuelven todo. Lástima que haya que esperar tantos meses.