Alex de la Iglesia es una figura clave en la historia del cine español por méritos propios. Desde Mirindas Asesinas hasta Las brujas de Zugarramundi ha demostrado un talento y un valor descomunales detrás de las cámaras, mezclando géneros en apariencia irreconciliables y haciendo de la orquestación del exceso una seña de identidad. Algo que se agradece enormemente en un país en el que el cine de entretenimiento carece de toques tan personales y normalmente pasa por reproducir ideas supuestamente exitosas que han tenido lugar al otro lado del charco.
Las brujas de Zugarramundi es puro Alex de la Iglesia con lo mejor y lo peor que esta frase conlleva. Un admirable monumento al exceso que encuentra en la figura de un gigante con los ojos vendados y la boca manchada de sangre una imagen perfecta para definir los valores que sustentan la función; contundencia, fuerza y, por desgracia, torpeza.
La dispersión de ideas en favor del caos narrativo desemboca en un frenesí de imágenes ante el que es difícil resistirse, aunque el efecto sorpresa pase a convertirse en pura confusión e incluso aburrimiento demasiado pronto. Si añadimos una extraña -por constante- obsesión por desprestigiar con saña a esa criatura del averno llamada mujer y que lastra varias secuencias por lo forzado del discurso, nos encontramos ante una película tremendamente descompensada, repleta de momentos brillantes - porque no lo olvidemos, el talento de Alex de la Iglesia detrás de las cámaras es inmenso – junto a otros simplemente inexplicables. Habrá quién encuentre esta difícil mezcla un movimiento arriesgado y bien ejecutado, pero esta parte de la sala mentiría si dijera que no echó un vistazo al reloj a más de media hora de que la película llegara a su fin.
Chicas: ví anoche la peli y me parece una Oda a la Misoginia.... Si no es así, por favor explicádmelo, que quizás sea cuestión de técnica y talento tras las cámaras e inculta de mí no me he dado cuenta de "la gracia".
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