Para muchos, Friday Night Lights no es más que una serie de niños de instituto, de aquellas que se instalaran en nuestras casas de la mano de Dawson Crece o The O.C. (o quizá de esas que no se van ni a patadas, como One Tree Hill). No voy a entrar a valorarlo, porque creo que tiene similitudes y diferencias con los ejemplos anteriores a partes iguales.
Si algo me ha llamado la atención de esta serie, típica en sus formas aunque muy diferente en el tratamiento (especialmente en el montaje y la realización), es el retrato que hace de una parte de la sociedad americana muy alejada de las mansiones de Orange County. Friday Night Lights tiene lugar en Dillon, una pequeña ciudad de Texas. Allí no hay grandes espectáculos ni una vida nocturna desenfrenada. No hay playas kilométricas en las que lucir los tipos al sol. En Dillon sólo hay una cosa: fútbol americano.
La serie gira en torno a un equipo de instituto, los Dillon Panthers, que mueven masas y emocionan a los habitantes, haciendo de este deporte el epicentro de la vida social de la ciudad. La vida de los jugadores, del entrenador y de sus parejas se convierten en las tramas principales de una serie quizá algo aburrida para los que no encuentren interesante o atractivo este deporte.
Friday Night Lights presenta a unos personajes cuya devoción por el fútbol americano sólo es comparable con su devoción por Dios. Una entrega religiosa que sorprende, al verla tan latente adultos como en jóvenes. Para mi (e imagino que para muchos), que he crecido en un entorno mayoritariamente laico, llama la atención ver que los rezos y las oraciones son tan habituales en los personajes más puritanos como en los más malotes. Por muy grande que haya sido la presencia religiosa en nuestras vidas, la mayoría de nosotros nos extrañamos al ver a un equipo entero rezar junto antes de comenzar un partido. Es probable que, ante esto, muchos rechacen la serie o vean mermado el interés. En mi caso ocurre más bien lo contrario: veo bastante interesante cómo vive gente de mi edad esa profunda convicción religiosa.
Sin embargo, no es sólo Dios quién levanta las pasiones y el fervor entre los personajes. El sentimiento de entrega, la sensación de pertenencia a un grupo como es el equipo de fútbol se muestran de una forma muy similar. Es tal la emoción que desprenden los personajes por el equipo, que cualquiera que haya pertenecido alguna vez a uno podrá entenderlo y contagiarse de él. Es extrapolable a otros muchos ejemplos que los espectadores pueden haber vivido, y es aquí donde está la clave de la serie: en cómo los espectadores pueden trasladar sus propias pasiones a la que se vive en Dillon por los Panthers.
Lo demás, es la receta típica de las series de adolescentes: relaciones sentimentales, problemas familiares y entre amigos... Algo a lo que no ha sabido sacarle tanto partido como alguna de sus predecesoras, pero que al menos ha podido compensar con ingredientes nuevos.
Si algo me ha llamado la atención de esta serie, típica en sus formas aunque muy diferente en el tratamiento (especialmente en el montaje y la realización), es el retrato que hace de una parte de la sociedad americana muy alejada de las mansiones de Orange County. Friday Night Lights tiene lugar en Dillon, una pequeña ciudad de Texas. Allí no hay grandes espectáculos ni una vida nocturna desenfrenada. No hay playas kilométricas en las que lucir los tipos al sol. En Dillon sólo hay una cosa: fútbol americano.
La serie gira en torno a un equipo de instituto, los Dillon Panthers, que mueven masas y emocionan a los habitantes, haciendo de este deporte el epicentro de la vida social de la ciudad. La vida de los jugadores, del entrenador y de sus parejas se convierten en las tramas principales de una serie quizá algo aburrida para los que no encuentren interesante o atractivo este deporte.
Friday Night Lights presenta a unos personajes cuya devoción por el fútbol americano sólo es comparable con su devoción por Dios. Una entrega religiosa que sorprende, al verla tan latente adultos como en jóvenes. Para mi (e imagino que para muchos), que he crecido en un entorno mayoritariamente laico, llama la atención ver que los rezos y las oraciones son tan habituales en los personajes más puritanos como en los más malotes. Por muy grande que haya sido la presencia religiosa en nuestras vidas, la mayoría de nosotros nos extrañamos al ver a un equipo entero rezar junto antes de comenzar un partido. Es probable que, ante esto, muchos rechacen la serie o vean mermado el interés. En mi caso ocurre más bien lo contrario: veo bastante interesante cómo vive gente de mi edad esa profunda convicción religiosa.
Sin embargo, no es sólo Dios quién levanta las pasiones y el fervor entre los personajes. El sentimiento de entrega, la sensación de pertenencia a un grupo como es el equipo de fútbol se muestran de una forma muy similar. Es tal la emoción que desprenden los personajes por el equipo, que cualquiera que haya pertenecido alguna vez a uno podrá entenderlo y contagiarse de él. Es extrapolable a otros muchos ejemplos que los espectadores pueden haber vivido, y es aquí donde está la clave de la serie: en cómo los espectadores pueden trasladar sus propias pasiones a la que se vive en Dillon por los Panthers.
Lo demás, es la receta típica de las series de adolescentes: relaciones sentimentales, problemas familiares y entre amigos... Algo a lo que no ha sabido sacarle tanto partido como alguna de sus predecesoras, pero que al menos ha podido compensar con ingredientes nuevos.
"hepicentro"
ResponderEliminar¡Ouch!
Y tan ¡ouch!, ¡no puedo creer que haya puesto eso!
ResponderEliminarAsí me gusta, muy rápido, Jorge. :)