A Chloe, película dirigida por el canadiense Atom Egoyan, le queda cada vez menos para darse un paseo por las pantallas del cine más comercial, después de estrenarse en el 2009 en el Festival de Cine de Toronto y darse a conocer, de la mano de su director, en San Sebastián. En este festival la conocimos nosotras y fue, sin duda alguna, una de las mejores películas que se pasaron por Donostia en esos diez días. A las salas de cine llegará el 10 de marzo, aunque parece que en España no quiere dejarse ver.
La película, remake de la francesa Nathalie, narra la historia de una doctora, Catherine (Julianne Moore), que duda de la fidelidad de su marido. Tras la desesperación inicial, la mujer llega a la única conclusión lógica, a aquella a la que llegaríamos todos: contrata una dama de compañía (ni siquiera la expresión “prostituta de lujo” está a la altura de la elegancia de Seyfried) para comprobar la lealtad de su esposo. Reacción lógica de toda mujer enamorada.
Este es el punto de partida para una historia de celos, obsesiones, deseos y maquiavelismo, camuflada con un tinte de erotismo incapaz de dejar indiferente a nadie. Las fantasías de los tres protagonistas son exploradas a fondo con una delicadeza que raya lo escandaloso sin alterar a nadie. La película se va conformando como una tela de araña perfecta, tejida por una Chloe que aterra y enamora a partes iguales, anticipando un final grandioso, capaz de poner el broche perfecto a lo que podría ser, sin exagerar, una obra maestra.
Pero ese broche nunca llega. Como si, de repente, la genialidad creativa del guionista (Erin Cressida Wilson se encargó de adaptar la versión de Anne Fontaine) se hubiera disipado con la misma facilidad con la que parecía haber aparecido durante el resto de la película, Chloe pega un giro radical y se desinfla. Seyfried pone cara de loca y entonces te das cuenta. Quizá por un deseo de justificar a su protagonista, el guión cambia de sentido y todo el magnetismo que Chloe había ido almacenando durante la película, desaparece, dejando un resgutillo agridulce. Ni aterra, ni enamora: pierde de golpe aquello que la hacía tan especial.
Para compensarlo, Chloe tiene un elenco de lujo. Para empezar, combina a la perfección dos tipos de belleza totalmente opuestos. Por un lado, el atractivo interesante de una mujer como Julianne Moore, que, sin aparentar menos edad de la que tiene, hace comprender el mito de las madres (quién no recuerda a la madre de Stifler, convertida ya en un icono de la vida sexual de muchos adolescentes). Por otro, la sensualidad casi angelical de Amanda Seyfried, que, unida a la propia naturaleza de su personaje, es capaz de generar una mezcla explosiva. Parece que ya nadie duda de las cualidades interpretativas de Moore, pero lo que sí sorprende es que Amanda Seyfried, tras unos comienzos más que cuestionables en Chicas Malas, fuera capaz de estar a la altura. Pues lo está. Pero, además, la película cuenta con un Liam Neeson brillante, que, a pesar de (o quizá, precisamente, “por”) estar pasando uno de los peores momentos de su vida (su mujer murió durante la grabación), firma un papel con muchos matices de una manera muy notable.
Aunque no termine de rematar lo que se perfilaba como una gran obra y la película desvaríe en el momento clave, como ese alumno que pierde el sobresaliente por no poner las tildes, Chloe es inteligente y sensual, una de esas que, después de verla (cuando se te ha pasado ese momento de “¿¡pero cómo has podido hacer eso?!”) desearías poder volver a ver.
Sin embargo, su trailer es un buen ejemplo de lo que no se debe hacer ante una inminente distribución de la película. Lo dejo de todos modos, pero la película se disfruta mucho más sin verlo, estoy segura.
La película, remake de la francesa Nathalie, narra la historia de una doctora, Catherine (Julianne Moore), que duda de la fidelidad de su marido. Tras la desesperación inicial, la mujer llega a la única conclusión lógica, a aquella a la que llegaríamos todos: contrata una dama de compañía (ni siquiera la expresión “prostituta de lujo” está a la altura de la elegancia de Seyfried) para comprobar la lealtad de su esposo. Reacción lógica de toda mujer enamorada.
Este es el punto de partida para una historia de celos, obsesiones, deseos y maquiavelismo, camuflada con un tinte de erotismo incapaz de dejar indiferente a nadie. Las fantasías de los tres protagonistas son exploradas a fondo con una delicadeza que raya lo escandaloso sin alterar a nadie. La película se va conformando como una tela de araña perfecta, tejida por una Chloe que aterra y enamora a partes iguales, anticipando un final grandioso, capaz de poner el broche perfecto a lo que podría ser, sin exagerar, una obra maestra.
Pero ese broche nunca llega. Como si, de repente, la genialidad creativa del guionista (Erin Cressida Wilson se encargó de adaptar la versión de Anne Fontaine) se hubiera disipado con la misma facilidad con la que parecía haber aparecido durante el resto de la película, Chloe pega un giro radical y se desinfla. Seyfried pone cara de loca y entonces te das cuenta. Quizá por un deseo de justificar a su protagonista, el guión cambia de sentido y todo el magnetismo que Chloe había ido almacenando durante la película, desaparece, dejando un resgutillo agridulce. Ni aterra, ni enamora: pierde de golpe aquello que la hacía tan especial.
Para compensarlo, Chloe tiene un elenco de lujo. Para empezar, combina a la perfección dos tipos de belleza totalmente opuestos. Por un lado, el atractivo interesante de una mujer como Julianne Moore, que, sin aparentar menos edad de la que tiene, hace comprender el mito de las madres (quién no recuerda a la madre de Stifler, convertida ya en un icono de la vida sexual de muchos adolescentes). Por otro, la sensualidad casi angelical de Amanda Seyfried, que, unida a la propia naturaleza de su personaje, es capaz de generar una mezcla explosiva. Parece que ya nadie duda de las cualidades interpretativas de Moore, pero lo que sí sorprende es que Amanda Seyfried, tras unos comienzos más que cuestionables en Chicas Malas, fuera capaz de estar a la altura. Pues lo está. Pero, además, la película cuenta con un Liam Neeson brillante, que, a pesar de (o quizá, precisamente, “por”) estar pasando uno de los peores momentos de su vida (su mujer murió durante la grabación), firma un papel con muchos matices de una manera muy notable.
Aunque no termine de rematar lo que se perfilaba como una gran obra y la película desvaríe en el momento clave, como ese alumno que pierde el sobresaliente por no poner las tildes, Chloe es inteligente y sensual, una de esas que, después de verla (cuando se te ha pasado ese momento de “¿¡pero cómo has podido hacer eso?!”) desearías poder volver a ver.
Sin embargo, su trailer es un buen ejemplo de lo que no se debe hacer ante una inminente distribución de la película. Lo dejo de todos modos, pero la película se disfruta mucho más sin verlo, estoy segura.
Me gusta la crítica, sí señor. Deberías escribir un especial Amanda Seyfried.
ResponderEliminarLa crítica está muy bien. Bien escrita y con las ideas claras, transmites con precisión lo que podemos esperar de la película. Lo único que me ha chirriado ha sido esto.
ResponderEliminar"Reacción lógica de toda mujer enamorada"
A mí... no me parece muy lógico contratar a una adolescente para comprobar la fidelidad de tu marido O_o! Quizás lo decias con ironía, pero yo no la pillé :p
De todas formas, has conseguido que la peli me llame la atención.
Creo que es la primera vez en mi vida en la que 2 actrices me motivan a ver una peli solo por ver su cara. xd
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