Si bien resulta innegable afirmar que el género de terror ha conseguido captar la atención de numerosas personas a lo largo y ancho del globo, podría afirmarse de igual manera que ha fracasado de manera estrepitosa a la hora de ganarse la atención de la crítica especializada. Pese a que autores reputados hayan dedicado algún momento de sus filmografías a la producción de cine de terror, parece que nunca llegará el momento en el que veamos al responsable de un film previamente etiquetado dando las gracias por un reconocimiento más allá de las gentiles palabras de los fans.
No parece complicado asimilar los motivos por los que alguien consideraría una película adscrita al terror inferior a otra perteneciente al drama o incluso a la comedia. El género de terror posee reglas propias. Me aventuraría a decir que es un mundo aparte, un universo paralelo, en comparación con otros géneros más ligados al mundo tal y como lo conocemos. Monstruos, Espíritus, Vampiros, Intrigas inexplicables... y un gusto malsano por descuidar, en ocasiones, aspectos que en otros géneros denominados serios se consideran intocables (presentación de personajes, diálogos, cierta coherencia a la hora de contar una historia) en contraposición a la creación de atmósfera y los golpes de efecto. Sin embargo, y sin recurrir a una salida tan obvia como El silencio de los corderos, podemos encontrar ejemplos ilustrativos capaces de arrojar un poco de luz sobre el tema.
Muy de vez en cuando y de entre un catálogo casi infinito, surge una película de terror que además de cumplir con creces las expectativas propias del género al que pertenece, traspasa con éxito un umbral al que, por su naturaleza, no estaba destinada a llegar. Pumpkinhead o Pacto de sangre, estrenada en 1988, viene a demostrar que el cine de terror puede resultar fantasioso por aplicar reglas ajenas a toda lógica y aún así salir airoso como un drama desgarrador sobre la pérdida de un hijo y la venganza como resultado. Que, aunque monstruos deformes y una mecánica propia del slasher puedan hacernos pensar que estamos ante una cinta de terror para consumo adolescente, el poder de la historia principal, en verdad, es equiparable al de cualquier otra que haya sido premiada recientemente. Una forma nada convencional de abordar un tema considerado serio, pero precisamente por ello debería ser encumbrada como un logro, como una película arriesgada y original que hace por explorar el dolor de un padre a través de imágenes perturbadoras que encuentran en el género el mejor aliado para lograr sus propósitos.
A mí me gustaría ver más cine de terror. El problema es que los fines de semana me suelo quedar sola y prefiero ver "2 rubias de pelo en pecho" (la pusieron ayer, vaya frikada) y poder dormir tranquila...
ResponderEliminar