Fiebre del sábado noche: Nota sobre Tucker and Dale vs Evil

Existe un lugar apartado en los sótanos de los edificios de las grandes distribuidoras al que van a parar algunas películas caídas en desgracia. Films mediocres, obras maestras y grandes sorpresas conviven en silencio a la espera de ser descubiertas, despertando inquietudes varias acerca de los motivos que llevaron al responsable de turno a privarnos del placer de ver cine de una manera tajante.

En ese videclub alternativo o limbo cinematográfico asoma una modesta película de terror procedente de Canadá y que, como viene siendo habitual en nuestro país, sólo ha podido ser vista por unos pocos privilegiados en un festival de cine de terror y ciencia ficción celebrado recientemente  en Madrid.

Tucker & Dale versus Evil es, si no la mejor, una de las más grandes comedias de terror de los últimos tiempos. Y competencia no le falta; Sam Raimi, Peter Jackson o  Edgar Wright ya habían probado suerte en la mezcla de géneros con resultados que han pasado a ser  parte de la historia del cine por méritos propios. La ausencia total de presupuesto y la agudeza de ingenio son características comunes de todas ellas, aunque en el caso que nos ocupa se lleve al extremo.

En su primera película como director y guionista, Eli Creig ha abordado todos los tópicos del género slasher y los ha invertido para dar con una fórmula que, aunque cien veces vista, resulta novedosa, divertida, terriblemente entretenida e incluso tierna. Creig consigue un milagro otorgando profundidad a unos personajes que resultan entrañables y resolviendo escenas  en un arrebato de locura y derroche imaginativo del que el primer Raimi se sentiría orgulloso.

Si conseguís olvidaros de la etiqueta y obviáis el argumento, lograréis disfrutar de una verdadera joya,  además de sentir el inconfundible encanto de aquellas películas condenadas al olvido hasta que alguien las escoge de manera aleatoria de entre todas las demás. O, en unos años, la saque en DVD.